La culpa silenciosa: el peso psicológico de ser hombre en el siglo XXI

En los rincones más íntimos del pensamiento masculino contemporáneo habita una emoción sutil, casi imperceptible, pero persistente: la culpa. No es una culpa concreta, vinculada a acciones propias, sino una especie de eco moral heredado de la historia. Muchos hombres actuales —respetuosos, igualitarios, emocionalmente implicados— cargan con una especie de deuda simbólica por los errores de otros hombres: los de generaciones pasadas, de otras culturas o incluso de otras clases sociales.La pregunta no es si esta culpa es justa o injusta. La pregunta es cómo nos afecta.

Una culpa que no se nombra, pero que se siente

«Soy feminista, claro que sí. Pero a veces siento que tengo que pedir perdón por ser hombre».
La frase, pronunciada por un hombre de unos 40 años en una cena entre amigos, fue recibida con medias sonrisas y silencios incómodos. Nadie la rebatió, pero tampoco la desarrolló. Quedó flotando en el aire como flotan las verdades que no conviene mirar muy de cerca.

Vivimos en un mundo donde ser hombre ya no es el centro incuestionado de la experiencia social. Y eso, en términos de justicia histórica, es un avance irrenunciable. Pero, en ese mismo proceso, ha emergido un fenómeno apenas explorado: la pequeña mancha de culpa que los hombres modernos sienten por los errores de sus predecesores, de sus culturas o de otros hombres.

No somos nuestros antepasados, pero vivimos con sus sombras

Durante décadas —quizá siglos— el relato sobre la desigualdad de género fue silenciado o relativizado. Hoy, por fin, ese relato se escucha. Se estudia. Se legisla. Pero muchos hombres que han crecido en este nuevo clima de conciencia enfrentan una tensión interior:

  • ¿Hasta qué punto me corresponde cargar con esa historia?

     

  • ¿Puedo declararme libre de un pecado que no cometí, pero que sí me beneficia de forma estructural?

     

  • ¿Cómo vivir con dignidad una masculinidad que no quiere ser dañina, pero teme serlo?

     

Un estudio longitudinal de la Universidad de Lund (2023) sobre masculinidades emergentes en Europa identificó una tendencia común entre hombres jóvenes: evitación de posiciones de liderazgo o autoridad en contextos mixtos, por miedo a parecer impositivos. Esta forma de «liderazgo inhibido por culpa histórica» se ha observado incluso en ambientes progresistas donde se presupone igualdad de condiciones.

Conductas cotidianas: cómo se traduce esta culpa en la vida real

1. La hipercorrección en el lenguaje

Muchos hombres revisan con obsesiva prudencia sus palabras cuando hablan con mujeres. Evitan cumplidos, rehúyen bromas ambiguas, y prefieren el silencio al riesgo de ofensa. No es cortesía: es miedo.

“En el trabajo, ya no digo si alguien está guapa. Me da miedo parecer un baboso, aunque no lo diga con mala intención”, confiesa Sergio, diseñador gráfico de 36 años.

Esta contención, aunque muchas veces necesaria, no siempre nace del respeto genuino, sino de una culpa difusa por pertenecer a un género que ha ofendido durante siglos.

2. El síndrome del ‘buen aliado’

En redes sociales o en conversaciones, hay hombres que se declaran abiertamente feministas, pero lo hacen desde una necesidad de validación moral más que desde una reflexión profunda.

“A veces siento que tengo que demostrar que soy ‘uno de los buenos’ para que me acepten”, dice Andrés, periodista de 42 años.

Esta actitud, aunque empática, puede derivar en inseguridad crónica, sobre todo cuando cualquier error —un comentario, una interrupción, una mirada— se experimenta como una traición a ese ideal de masculinidad reparada.

3. La renuncia preventiva

Algunos hombres optan por retirarse de ciertos espacios —debates sobre género, asociaciones mixtas, o incluso relaciones románticas— para evitar el conflicto o la sospecha. No por desprecio, sino por saturación emocional y ansiedad moral.

Un informe de The British Psychological Society (2021) alertaba sobre el crecimiento de un nuevo fenómeno: «masculinidad evitativa», definida como la retirada silenciosa del hombre que prefiere no intervenir antes que equivocarse.

Psicología de la culpa heredada: entre la empatía y la carga

Desde el punto de vista clínico, la culpa heredada comparte mecanismos con la culpa transgeneracional descrita por autores como Marianne Hirsch o Alejandro Jodorowsky. Se trata de emociones que no nacen de actos individuales, sino de narrativas familiares o sociales interiorizadas.

“La culpa no elaborada puede transformarse en ansiedad, autoanulación o rabia desplazada”, explica el psicólogo clínico Xavier Brullet.
“En hombres, esto se traduce en dificultad para asumir el deseo, para poner límites sanos, o para ejercer autoridad sin vergüenza.”

¿Y si en lugar de culpables fuéramos responsables?

Una de las salidas más lúcidas a este callejón sin salida es reformular el punto de partida. No se trata de negar la historia ni de victimizarnos por el cambio. Pero sí de liberarnos de la culpa improductiva, esa que no transforma ni repara, sino que paraliza.

El sociólogo francés Éric Fassin propone sustituir el marco de “culpa” por el de “responsabilidad situada”: reconocer el lugar que ocupamos en una red histórica de desigualdades, pero actuar desde el presente. No como herederos manchados, sino como actores morales conscientes.

Ser hombres, hoy: una oportunidad para reinventar el vínculo

No todas las mujeres que nos rodean han sido víctimas directas del machismo. Pero muchas lo han heredado, como nosotros heredamos la culpa. El diálogo sincero —no impostado, no defensivo— puede ser el primer paso para relaciones más libres, menos condicionadas por lo no dicho.

Aceptar que muchas veces no sabemos qué decir, qué hacer, ni cómo ser, también es un acto de honestidad. Y quizá por ahí empiece la posibilidad de una masculinidad madura: aquella que no pide permiso para existir, pero tampoco se refugia en el orgullo herido.

Conclusión: Culpables, no. Conscientes, sí.

Somos hombres. Hemos nacido en un tiempo donde lo masculino está en revisión. No somos responsables de los errores de otros, pero sí somos responsables de quiénes elegimos ser hoy.

La historia pesa. Pero también inspira. Y es posible que, en lugar de caminar cabizbajos por los errores de ayer, podamos hacerlo erguidos por las posibilidades de mañana.

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